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De montaje internacional en tiempos de Coronavirus

Bruselas, 13 de marzo, no hacía ni 24h que había llegado para continuar con el proyecto cuando me sonó el teléfono: era Kique desde fábrica, Félix había dicho que nos volvíamos todos, sin excepción. La cosa se estaba poniendo complicada con el Coronavirus y estaban comprando vuelos para que esa misma noche durmiésemos en casa. 24h después, se decretaba el estado de alarma.


A partir de ahí, la situación supongo que fue bastante similar a la del resto de empresas, mucha incertidumbre, confinamiento progresivo, y ni si quiera nos planteábamos volver a retomar el proyecto a corto plazo. Viajar en esos momentos no era una opción.

En lo que pudimos, seguimos avanzando desde España y no fue hasta casi dos meses después cuando se empezó a pensar en volver a Bruselas para acabar lo que empezamos y dar el servicio a nuestro cliente, que desde el principio nos había apoyado en todas las decisiones tomadas, aunque supusieran un claro retraso en la finalización del proyecto. Lo importante eran las personas.

Cuando la decisión de retomar el trabajo estaba tomada, por parte de la empresa se convocó una reunión con la gente que se estaba barajando enviar a terminar el trabajo. Teníamos que saber que los vuelos eran prácticamente inexistentes, los que finalmente fuesen tendrían que desplazarse en furgoneta y había fecha de ida, pero no de vuelta.

Finalmente se formaron dos grupos según la previsión de trabajo. El primero, en el que estaba yo junto con 4 compañeros más, Abel, Zafrilla, Paquito y Juanfran, salimos en una furgoneta el 11 de mayo. Comenzaba la aventura.

En esos días, el confinamiento se había rebajado un poco, pero bares y restaurantes estaban cerrados y, por ende, los aseos de casi todas las gasolineras y estaciones de servicio que nos encontramos a nuestro paso. En un viaje de 18 horas era, cuanto menos, un problema que por suerte sólo encontramos en España. El resto del viaje se desarrolló sin problemas, fuimos haciendo turnos de conducción durante toda la noche y poniéndonos un poco al día, ya que íbamos a pasar mucho tiempo juntos de aquí en adelante.

Al día siguiente, el 12 de mayo, llegamos al destino: el hotel Radisson Blu Royal de Bruselas, que además de nuestro lugar de trabajo, iba a ser nuestra casa durante las próximas semanas. A partir de ahí fuimos forjando una rutina: cada día desayunábamos juntos a las 7:15 y nos poníamos a trabajar, teníamos por delante el amueblamiento de las zonas comunes de un hotel 5 estrellas: toda la recepción, 2 barras de bar, dos restaurantes con bancadas tapizadas a medida, mesas, elementos de separación, muebles en sala VIP y salas de reuniones, paneles acústicos, cierres de barandillas, revestimientos de escaleras… Y un “Gantry”, que nadie sabía qué era eso, pero creo que ya no se nos va a olvidar en la vida…

La semana siguiente vinieron refuerzos: Kique, Dani y Toni, la Familia FAMA para esta aventura en Bruselas ya estaba al completo.

Cuando nos entraba hambre, comíamos. Teníamos la comida siempre preparada con todas las medidas de seguridad que la situación requería, y más tarde seguíamos en el lío hasta las 7 o las 8, dependía del día. Ese era nuestro momento, una buena ducha y salir a dar un paseo y probar alguna de las cervezas belgas, que en anteriores viajes habíamos podido degustar en el famoso Bar Delirium. Ahora nos teníamos que conformar con comprarlas en un 24h cercano al hotel y tomarlas poniéndonos al día: hablando de los peques que se habían quedado en casa, de las parejas a las que echábamos de menos y de lo que habían costado algunas de las cosas en las que habíamos estado trabajando ese día para que se quedase perfecto.

Poco espacio había para turismo y el ocio en una ciudad que, al igual que en España, tenía bares y restaurantes limitados a la venta a domicilio (de la que dábamos buen uso algún que otro día), además de museos y parques cerrados. En estos momentos, lo más parecido a tomarse algo en un bar eran los domingos sentados en la puerta de la lavandería.

Camión tras camión y día tras día, fueron pasando las semanas, y aunque al principio parecía muy lejano, llegó el momento en el que terminamos nuestro trabajo allí. Tocaba volver a casa prácticamente un mes después, orgullosos de nuestro trabajo y con la sensación de que juntos habíamos superado un increíble reto y el 10 de junio aparcábamos las furgonetas en fábrica, habíamos vuelto a casa.

No quisiera acabar estas palabras sin añadir que todo esto fue posible también gracias a nuestros proveedores que nos acompañaron en la aventura en Bruselas e iban llegando y marchándose mientras nosotros continuábamos allí al pie del cañón. Y, por supuesto, a la otra mitad de nuestro equipo, los que desde fábrica superaban todos los retos que el diseño y la situación planteaban y conseguían semana tras semana mandarnos el material y la documentación que nos hacía falta para que pudiésemos regresar a casa lo antes posible.